Esto contaba el papa Francisco a Jorge Fontevecchia, durante la entrevista que se realizó en el Vaticano, con motivo de sus diez años de papado en la Iglesia Católica, sobre la migración de sus padres a la Argentina, hace más de un siglo:
—Sus padres se salvaron de morir por no haber tomado un barco que salía de Italia con destino a Sudamérica, y que terminó hundiéndose en el océano. Usted mismo atravesó una dolencia que podría haber acabado con su vida, ¿cree en el destino, cuál es su relación respecto de cierta predeterminación de la vida?
—Papá y los abuelos, porque mamá era argentina. Tenían billete para el Principessa Mafalda, en el 27 y no habían terminado de vender las propiedades que tenían en Italia, y lo pasaron para el “Giulio Cesare” en enero del 29, se salvaron de naufragar.
—No es una historia muy común, la mayoría de los barcos no se hunden.
—Lo del Principessa Mafalda fue una tragedia, no murieron todos, pero la mitad murió en las costas de Brasil. El destino, cada uno va caminando en la vida y Dios va eligiendo, a mí no me leyeron la mano, “acá vas a ser Papa”.
—¿Usted cree en el destino?
—El destino en cuanto previsión de Dios, sí, pero no como algo inmodificable, como algo que ya está destinado, no. El destino es el camino, es la vocación que Dios te da, pero que te deja libre. Y vos podés aceptar ese llamado de Dios o no aceptarlo.
—Existe el libre albedrío.
—Gracias a Dios que existe.
El destino del “Titanic” italiano
El Principessa Mafalda era el mejor barco de principios del siglo XX. Lo habían construido los genoveses, marinos de alma, para cubrir la ruta Génova – Buenos Aires. Con todos los honores, se botó al mar en 1909, cuando hizo su viaje inaugural cubriendo el inmenso Atlántico a 18 nudos por hora.
En la cima del movimiento futurista italiano, en la apoteosis de la velocidad, el Principessa Mafalda era una “bestia” portentosa de 141 metros de longitud, con 9.210 toneladas de registro, que tres máquinas de vapor de triple expansión propulsaban con el auxilio de dos hélices de doble tornillo.
No podía fallar. Sin embargo falló, contra todos los pronósticos. Y no hay peor cosa que no saber interpretar las señales.
Porque el Principessa Mafalda, que reinó en el Atlántico durante dos décadas, trayendo sangre xeneize a La Boca, tenía un buque gemelo, el Principessa Jolanda, que se había hundido en el mar apenas lanzado a la aventura el 22 de septiembre de 1907, cinco años antes del naufragio del Titanic.
Propiedad de la compañía naviera NGI (Navigazione Generale Italiana), fue bautizado en honor de la princesa Mafalda de Saboya, segunda hija del rey napolitano Vittorio Emanuele III, el monarca de las dos Guerras Mundiales y del fascismo, el que finalmente hizo arrestar a Mussolini.
Con comodidades para transportar a 180 pasajeros en primera clase, 150 en segunda y 1.200 en tercera, tenía un salón de baile de dos pisos y profusa decoración dorada estilo Luis XVI.
Principessa Mafalda, el “Titanic” italiano
El 11 de octubre de 1927, el Principessa Mafalda zarpó de Génova, al mando del capitán Simone Gulì, y debía llegar a Buenos Aires 14 días más tarde, luego de hacer escalas en Barcelona, Dakar, Río de Janeiro, Santos y Montevideo.
En ese viaje, transportaba un total de 971 pasajeros, atendidos por 281 tripulantes a bordo. En sus bodegas, abrazaba 300 toneladas de carga, 600 sacos de cartas de papel y un dato interesante: 250.000 liras de oro que debían llegar a manos del gobierno argentino, a la sazón a cargo de Marcelo Torcuato de Alvear, casado con la soprano Regina Pacini, hija de Pietro Pacini, el prolífico autor de 90 óperas italianas.
Luego de la primera escala en Barcelona, comenzaron los dolores de cabeza para el capitán Simone Gulì. Había fallas mecánicas que lo obligaron a zarpar del puerto de Barcelona 24 horas más tarde que lo previsto.
Con navegación de perezoso remontando una palmera, surcaba las aguas con tal lentitud que los pasajeros no podían distinguir si estaban avanzando o se habían detenido. A veces, incluso, echaban el ancla en alta mar durante extensas horas.
El sistema de refrigeración se rompió, hubo intoxicados y terminaron tirando a los peces toneladas de alimentos. En una escala imprevista en Cabo Verde, el capitán ordenó reparaciones de emergencia, reabasteció las heladeras y pidió a NGI un buque de reemplazo, pero la compañía le telegrafió “continúe hasta Río y espere instrucciones”.
El destino del Principessa Mafalda
Sin mayores novedades en el frente marino, el buque continuó con sus escalas y surcó el Atlántico mientras los alegres pasajeros, que habían creído que los percances ya se habían subsanado, disfrutaban del champagne, la vida opípara y los atardeceres en cubierta.
Hasta el 23 de octubre, cuando se hizo evidente que el buque navegaba ladeado, con una escora a babor. Al día siguiente, sin embargo, ya muy cerca de la costa de Brasil, la convocatoria a una fiesta “titánica” para celebrar el cruce de la Línea del Ecuador, con orquesta en vivo, cena especial y torta enorme, desdibujó el entrecejo fruncido de los escépticos. Nada había que temer.
Si hubieran escuchado a su correligionario, Luigi Pirandello, que sabía mejor que nadie que “nada de lo que parece es”… El 25 de octubre, el barco se sacudió varias veces con estremecimientos que nacían de lo más hondo de su ser.
El capitán intentó disimular comunicando que se había roto una hélice y que, a 80 millas náuticas de Salvador de Bahía, no había nada que temer. Efectivamente, creyó que renga, su Principessa Mafalda se arrastraría hasta la costa brasileña. Vencido ante lo evidente, lanzó un SOS marítimo y, en breve, dos barcos que navegaban cerca, el Empire Star de Gran Bretaña y el neerlandés Alhena, se aproximaron.
El destino y el papa Francisco
Día soleado, ayuda próxima, botes salvavidas… todo parecía bajo control y con vuelta de tuerca. Sin embargo, las escenas de espanto que nos mostró James Cameron en la película Titanic (1997) podrían considerarse una revelación de lo que deben haber sido las últimas horas del Principessa Mafalda, su funesta secuela.
Camarotes llenándose de agua; pánico y descontrol; pasajeros armados que exigían prioridad revoleando sus armas; botes salvavidas que se hundían por el sobrepeso y la desesperación; los buques de auxilio a la distancia, temiendo que explotaran las calderas; los gritos desgarradores de las familias divididas; el capitán Simone Gulì muriendo ahogado, en el vientre de su Principessa, junto a sus dos fieles operadores de radio; el jefe de ingenieros, pegándose un tiro en la sien…
A las 10 de la noche, cinco horas más tarde de los estertores agónicos, el mar se tragaba al Principessa saboreándolo como si fuera un último bocado.
En el “Titanic” italiano murieron 314 personas y fue la mayor tragedia de la historia de la navegación italiana moderna que se estudió y volvió a analizar varias veces hasta dar un dato curioso: en el Principessa Mafalda murieron más pasajeros de primera clase (51,8%) que de tercera (27,8%).
Un “revés” del destino hizo que la familia de Jorge Bergoglio perdiera el viaje. De no haber sido así, hoy no tendríamos Papa Francisco.
Monica Martin (publicado por Perfil.com el 22/03/2023)
Fuente: Qué pasó con el “Titanic” italiano que traería a la familia del Papa a Buenos Aires | Perfil