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diciembre 2022

Francesco Martucci, el mejor pizzero del mundo: “La pizza puede llevar todo lo que el chef crea”

Con chupa de cuero, una camiseta de Balenciaga que simula el logo de Metallica y las manos salpicadas de tatuajes, donde resalta el mensaje have hope (tener esperanza), Francesco Martucci, considerado el mejor pizzaiolo del mundo, firmaba esta semana una por una las minutas de la cena especial que se sirvió en la pizzería Sartoria Panatieri de Barcelona para que los comensales pudieran llevarse un recuerdo. Unos minutos más tarde reaparecía en el obrador del restaurante con delantal y camiseta blanca, la misma que vestían todos los trabajadores, diseñada para la ocasión, dispuesto a poner las manos en la masa y redondear cuatro de sus recetas de pizza, plato principal de la noche. Como si de una estrella de rock se tratara, los comensales que tuvieron la suerte de asistir al ágape —las reservas de un menú de 60 euros se agotaron en treinta minutos— no dejaron de acercarse al pizzaiolo para verle trabajar, rodeado de los cocineros y camareros de la pizzería barcelonesa, que tampoco le quitaron ojo al espectáculo. Tres horas después, Martucci era aclamado con aplausos, abrazos y fotos.

Así podría ser la sinopsis de la primera entrega de Sartoria Panatieri Sessions (harán una al mes con pizzeros de otros restaurantes; la siguiente será el 16 de enero con Bæst y su chef Christian Puglisi), el evento de este restaurante dedicado al culto de la pizza. Para arrancar, los pizzeros Rafa Panatieri y Jorge Sastre, que regentan la mejor pizzería de Barcelona y la número 21 del mundo según el ranking 50 Top Pizza World 2022 —donde I Masanielli, la pizzería de Martucci en Caserta (Nápoles) corona el podio— quisieron contar con su anfitrión. Una sesión a seis manos que demuestra el furor que la pizza gourmet está causando, también en la capital catalana, donde no cesan de abrir locales especializados que miman tanto las masas, de largas fermentaciones, como todos los ingredientes que los envuelven, apostando por la proximidad y la temporada, haciendo de la pizza un bocado más lujoso y sostenible.

Martucci sigue esta filosofía en su local de Caserta, que es la misma que ha encontrado en Sartoria Panatieri. Por eso tenía la ilusión de cocinar con sus chefs. Rafa Panatieri contaba que le conocieron en la gala de Top Pizza World y enseguida les propuso esta colaboración. “Lo más importante es que los jóvenes sigan transmitiendo los valores de la pizza”, cree el maestro, a quien le parece muy bueno el trabajo que hacen estos dos jóvenes asentados en Barcelona, donde tienen dos establecimientos. “Es muy gratificante que reconozca lo que hacemos, nos sentimos muy valorados”, reconocía Panatieri después de la cena, que contó con otros profesionales del ramo como los responsables de Grosso Napoletano o Can Pizza, que se cuentan entre las mejores pizzerías de la ciudad.

Nacido en una familia humilde, el ahora mejor pizzaiolo del mundo se puso a trabajar con solo 10 años en la pizzería de su tío. Allí empezó lavando platos, pero siempre con la idea de convertirse en un gran cocinero algún día. Algo que ha conseguido con creces y vino a demostrar en Barcelona. “He llegado más lejos de lo que había imaginado”, explica. Defiende que sus pizzas son “revolucionarias” porque son diferentes al resto. Las claves residen en una masa fermentada 36 horas con harina de alta calidad y ganas de jugar con los toppings, que varían y se mezclan mucho más allá que una marinara o una capricciosa. Con esta apertura de mente, defiende que “la pizza puede llevar todo lo que el chef crea”, incluso piña. Eso no quiere decir que las clásicas no deban seguir en la carta. Para él, la mejor margherita es la que lleva tomate San Marzano, queso fior di latte y albahaca. Pero con la que más disfruta es con una de su hermano, que regenta en la misma Caserta la pizzería Sasa Martucci, con tan pocos ingredientes como cuatro tipos de tomates y queso. Eso sí, básicos sublimes.

Para la cena sirvió algunas de las pizzas de más éxito en su restaurante, como Mani di velluto (manos de seda), con una crema de friarielli (grelos) en agua de queso de ricottamozzarella de búfala con denominación de origen de Campania, salami Pelatello Teanese con hinojo, queso pecorino de las montañas de Lattari y aceite de oliva virgen extra Itran’s by Madonna dell’Olivo. También la Alice nel paese delle meraviglie (Alicia en el país de las maravillas), que llevaba sobre una base de fior di latte y col negra, anchoas, mayonesa con azafrán de Terra di Lavoro, chips de la col negra cavolonero y arándanos. Los entrantes, una selección de embutidos italianos con focaccia y mantequilla ahumada, fueron a cargo de Sartoria Panatieri, igual que el postre, un clásico tiramisú.

“Hay que alinearse con el mundo”, asegura Martucci, defendiendo que es tiempo de apostar por proyectos sostenibles. En su restaurante el horno es de leña, toda la energía renovable y los ingredientes, de proximidad y temporada. Pero el pizzaiolo, que también regenta el restaurante Sophia Loren en Milán, tampoco quiere engañar a nadie. “Mi pasión son los automóviles, la moda y el diseño”, reconoce mientras explica que se mueve con dos potentes máquinas: una Ferrari y una Lamborghini.

Mar Rocabert Maltas (publicado por El País el 02/12/2022)

Fuente: 50toppizza: Francesco Martucci, el mejor pizzero del mundo: “La pizza puede llevar todo lo que el chef crea” | Estilo de vida | EL PAÍS (elpais.com)

El Petiso Orejudo, su fría crueldad, sus deseos de matar y de ver sufrir a sus víctimas

Para muestras de su enfermiza crueldad, basta un botón. La criatura se entretenía junto al portón de lo que hoy es el Hospital Ramos Mejía y el Petiso Orejudo lo tiró a un abrevadero para ahogarlo. El niño luchaba por sacar la cabeza pero el homicida lo mantenía atrapado bajo el agua con la ayuda de un palo. Dijo que lo divertía ver cómo se desesperaba mientras explotaban burbujas de aire que salían de su boca y nariz. De pronto, con la aparición de la madre del chico, el homicida gritó “agarrate, nene, que te voy a salvar”, fingiendo la situación. La mujer, desesperada y agradecida, recompensó a ese buen samaritano.

Sin saber quién era realmente, le dio veinte centavos al monstruo que robaba niños y que los mataba con saña.

Se llamaba Cayetano Santos Godino, había nacido el 31 de octubre de 1896 y desde niño, fue inmanejable para sus padres calabreses, que habían llegado al país en 1888 del pueblo de San Demetrio Corone. El papá, alcohólico y golpeador, no ayudaba mucho en la crianza. Otro hijo, Antonio, era epiléptico.

Aquel que cazaba pájaros y les pinchaba los ojos, sentía un intenso placer de hacer sufrir y ver morir a sus víctimas, a las que elegía. Eran criaturas entre 4 y 6 años cuya inocencia los hacía sucumbir ante la promesa de caramelos y de inocentes juegos.

Parece increíble que su raid delictivo haya comenzado cuando tenía siete años, y su primera víctima tuvo suerte. A Miguel Depaola, de dos años, lo llevó a un baldío donde lo arrojó violentamente contra unas espinas luego de golpearlo. Un policía llevó a ambos a la comisaría. También se salvó Ana Neri, de un año y medio, que en un baldío le golpeó la cabeza con una piedra. Nuevamente, un policía -el famoso vigilante de la esquina- apareció en el momento oportuno.

El siguiente crimen lo admitiría años después. Intentó estrangular a María Rosa Face, de tres años, a quien enterró viva. Cuando pasado el tiempo fueron al lugar habían construido una casa. Nunca hallaron sus restos.

Cayetano, un piel de judas de ocho años, debió ser un caso muy especial. Por eso su padre lo entregó a la policía. Estuvo dos meses encerrado y, quien sabe, así se enderezaría. Nunca le perdonó a su progenitor lo que él consideró como una traición.

Cuando en 1908 fue sorprendido al intentar ahogar a Severino González Caló de dos años en un piletón del corralón de potros, juró que una mujer vestida de negro era la culpable. Una semana después a Julio Botte, que aún no había cumplido dos años, le quemó los párpados con un cigarrillo.

Los padres no sabían qué hacer con él. El 6 de diciembre de 1908 fue internado en la colonia de Marcos Paz, donde estuvo tres años. Allí aprendió a leer y a escribir y también intentó fugarse en varias oportunidades. Cuando salió, lo hizo peor, ya que además se había convertido en alcohólico. Un empleo que consiguió en una fábrica le duró lo que un santiamén.

Provocaba incendios solo por el placer de ver las llamas, contemplar a la gente correr despavorida y ver trabajar a los bomberos. Por eso en enero de 1912 -año fatídico- incendió un galpón de la calle Corrientes.

“Muchas mañanas, después de los rezongos de mi padre y de mis hermanos, salía de mi casa con el propósito de buscar trabajo, y como no lo encontraba tenía ganas de matar a alguien. Si encontraba a alguien chico me lo llevaba a alguna parte y lo estrangulaba”, confesaría tiempo después.

Ese mismo mes ahorcó con una soga a Arturo Laurora, de 13 años y a Reina Bonita Vainicoff tenía cinco años cuando le prendió fuego a su impecable vestido blanco. Murió luego de semanas de agonía.

En noviembre, Roberto Russo, de dos años, accedió acompañarlo a un almacén a comprarle caramelos, pero lo llevó a un descampado donde lo ató y fue sorprendido cuando lo ahorcaba. El sostuvo que lo estaba desatando.

También se salvaron Carmen Ghittone, de tres años y Catalina Naulener, de cinco, quien fue auxiliada por un vecino gracias a sus gritos. Cayetano escapó.

Su último crimen en libertad lo cometió el 3 de diciembre de 1912. A Gesualdo Giordano, de tres años, lo atrajo con el cuento de los caramelos. Lo llevó a un terreno abandonado donde había funcionado los hornos de ladrillos La Americana. La criatura se dio cuenta y empezó a llorar, a pesar de los caramelos que el homicida le daba. Lo tiró al piso y pretendió ahorcarlo con una soga que usaba como cinturón. Pero el nene se resistía y fue atado de pies y manos.

El Petiso Orejudo salió en busca de algún elemento contundente para terminar la macabra tarea, y se cruzó con el padre del chico, el sastre del barrio, que lo buscaba. Cínico, le aconsejó que fuera a la policía a hacer la denuncia. El asesino encontró un clavo que se lo hundió en la sien con el golpe de una piedra. Tapó el cuerpo con una chapa y se fue.

Increíblemente, fue al velatorio. Cuando la policía le preguntó el por qué, respondió que quería corroborar si aún tenía el clavo incrustado en la cabeza. Los policías, que ya andaban tras su rastro, lo detuvieron el 4 de diciembre en su casa de la calle Urquiza 1970.

El Juez José Antonio de Oro dictaminó que el acusado tenía “…estigmas degenerativos bien visibles, que tiene la tendencia a estrangular, martirizando a los menores de ambos sexos, a quienes atrae con engaños…” Luego de revisarlo, un médico diagnosticó “…influencia degenerativa y alcohólica…”

La justica lo declaró penalmente irresponsable, imbécil incurable y lo recluyó en el reformatorio de Mercedes, con la recomendación de tenerlo aislado. Tenía 16 años. Decía que mataba niños porque le gustaba hacerlo, que no tenía remordimientos y que prefería estar en la cárcel y no ese lugar, porque no estaba loco.

Allí atacó a otros internos y cuando los cocineros se descuidaban, arrojaba gatos a las ollas donde cocinaban la comida. El 12 de noviembre de 1915 lo enviaron a la penitenciaría de Las Heras y en 1923 decidieron recluirlo en el penal de Ushuaia, un establecimiento que era lo que más se acercaba al infierno. Cuando un condenado ingresaba, perdía el derecho al nombre, y se le adjudicaba un número. El de Cayetano fue el 90.

El 4 de noviembre de 1927 un médico le achicó las orejas, ya que suponían que allí residía su maldad, según la teoría del criminólogo y médico Césare Lombroso, quien asoció la criminalidad a aspectos físicos y biológicos del individuo.

Recibió varias palizas de parte de los presos. La primera fue cuando le quebró el espinazo a dos gatitos, las mascotas de la cárcel.

Si bien en el penal de Ushuaia los internos trabajaban en distintos talleres, no aprendió ningún oficio, ya que por prescripción médica no podía trabajar, salvo en tareas menores como el de corte de astillas.

Los pobladores solían cruzárselo en la calle cuando iba al muelle a llevarle mate a los presos que trabajaban allí.

A los periodistas que viajaron a entrevistarlo les contaba que no sabía leer ni escribir, cosa que no era cierto. “Tengo una enfermedad mental en la cabeza. Me falla la memoria”, explicaba.

Mejoró su conducta, y salvo algunas sanciones menores, tenía un comportamiento aceptable, aunque no perdió la costumbre de atrapar gaviotas y liberarlas luego de pincharles los ojos.

Como podía escribía cartas a su familia, pero a partir de 1933 dejó de tener noticias de ellos. Sin embargo, él siguió haciéndolo.

Cuando lo encontraron muerto el 15 de noviembre de 1944, se sospechó de una paliza luego de arrojar un gato a las llamas de la estufa. En el informe oficial se asentó que fue por una hemorragia interna por un proceso ulceroso gastroduodenal. Fue enterrado, pero su tumba fue profanada y sus huesos desaparecieron. Salvo el cráneo, que cuenta la historia que era usado por el director del penal como pisa papeles. Un macabro final para una historia de muertes y locura.

Fuente:  El Petiso Orejudo, su fría crueldad, sus deseos de matar y de ver sufrir a sus víctimas – Infobae

De los clásicos a los nuevos íconos: los cinco lugares más elegidos para sacarse fotos de Buenos Aires

Mientras el sector turístico aún se recupera de la pandemia, Buenos Aires se posiciona como la quinta ciudad más visitada del mundo por los usuarios de Google Street View. En esta lista, extensa pero no extensiva, cinco de los puntos más retratados por turistas nacionales y extranjeros, y dos bonus tracks que jamás pierden vigencia.

Caminito

En 2019 el pasaje boquense quedó entre los diez lugares más fotografiados del mundo en Google Maps, entre otras gemas como el Museo Guggenheim de Nueva York y Piazza Spagna en Roma. Quedó desierto en pandemia, pero se recuperó de a poco y hoy vuelve a ser uno de los atractivos porteños que más miradas cosechan.

Caminito es el lugar más fotografiado incluso en las estadísticas del sitio web Sightsmap, que muestra la cantidad de fotos tomadas en cada lugar del mundo subidas a la ya desaparecida plataforma colaborativa Panoramio. La exhibe a través de un mapa de calor, que va desde el amarillo (los sitios más populares) hasta el azul (menos populares), pasando por naranja, rojo y violeta.

El Obelisco y Plaza de Mayo completan el podio porteño de Sightsmap. El top five se remata con la Floralis Genérica y Galerías Pacífico. Les siguen el Puente de la Mujer, Casa Rosada, el barrio de San Telmo (especialmente en torno a Plaza Dorrego y en el Solar de French con sus coloridos paraguas en el techo), el Jardín Japonés y el Museo Nacional de Bellas Artes.

Obelisco

El cruce de 9 de Julio y Corrientes contiene no solo el ícono más importante de la Ciudad, sino dos puntos cercanos que también congregan miradas fotográficas: las letras BA intervenidas como jardín vertical, y las gradas con mirador en la Diagonal Norte peatonal, que emulan las del Times Square neoyorquino.

Las letras, instaladas en marzo de 2016, miden 6,5 metros de altura y están compuestas por 6.300 plantas. Las gradas, en tanto, llegaron a Diagonal Norte en mayo de 2019. Construidas sobre un centro de monitoreo de la Policía de la Ciudad, permiten mirar hacia el Obelisco y la 9 de Julio, y tomarse fotos.

Mafalda

Por lejos, es la escultura más fotografiada del Paseo de la Historieta de San Telmo. No solo porque es posible sentarse al lado de ella sino porque es el personaje argentino de cómic más conocido en el mundo. La escultura, realizada por Pablo Irrgang, está sentada sobre un banco de plaza tan tradicional como los que se ven en la tira. La acompañan, de pie, Susanita y Manolito.

Está ubicada en la esquina de Chile y Defensa porque allí se supone que vivía Mafalda, o al menos su creador: Chile 371 fue durante años la dirección de Quino, que se inspiró en las calles de San Telmo para escenificar la tira. Ese cruce es también el punto de partida del Paseo de la Historieta, un recorrido con otros clásicos como Patoruzú, Isidoro Cañones, Clemente y Larguirucho.

Cementerio de la Recoleta

La tumba de Eva Perón es la que más visitantes convoca y la más retratada. Pero quienes vayan a tomar fotos a este cementerio sabrán que es apenas un punto de partida: la lista de celebridades enterradas allí es extensísima y va de la mano de la relevancia escultórica que ha ganado el lugar.

Declarado en sí mismo Museo Histórico Nacional en 1946, gran parte de sus bóvedas y mausoleos también son considerados monumentos. Son obra de importantes arquitectos y escultores, y cosechan fotos por sus estatuas y adornos con mármoles. Tampoco se quedan atrás los gatos, clásicos en cualquier cementerio y protagonistas de muchas de las imágenes que aquí se toman.

Puente de la Mujer

Este punto turístico obligado mejora año tras año: lo enmarca un skyline cada vez más imponente, sobre todo hacia el sudeste, con el Alvear Icon, Château Puerto Madero, las torres Mulieris y el reciente Alvear Tower de fondo.

El Puente de la Mujer es la primera obra en América latina del arquitecto español Santiago Calatrava. Inaugurado a fines de 2001, fue declarado Patrimonio Cultural de la Ciudad por la Legislatura 17 años después.

El puente soporta por minuto hasta 120 personas al mismo tiempo. Con todo, requería una renovación de piso, que se hizo hace dos meses y estuvo a cargo del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana de la Ciudad, y una obra de pintura integral. Hoy luce una base de “madera sustentable”, plástico reciclado a partir de Botellas de Amor donadas por vecinos de la Ciudad.

Bonus track: Floralis Genérica

Aún con sus pétalos inmóviles, esta moderna escultura metálica es protagonista de buena parte de las postales turísticas porteñas. Luce como el revestimiento del ala de un avión porque se aplicaron principios de diseño aeronáutico para estructurarla. También porque fue hecha con materiales provistos por la empresa de aeronaves Lockheed Martin Aircraft Argentina.

El mantenimiento de la escultura está a cargo de la Comuna 2, desde la cual, aseguran, están trabajando en volver a poner en marcha el mecanismo. No es tarea fácil, más aún con los vientos porteños cada vez más fuertes y tras la vandalización de sus tableros y la intrusión de su sala de máquinas.

Bonus track II: Palermo

Es uno de los barrios más turísticos de la Ciudad pero, también, el más grande en superficie. Por eso es difícil detectar cuál es su punto más fotografiado. Sí se sabe que, entre enero y septiembre inclusive, sus atractivos llamaron la atención de más de 7,9 millones de visitantes en total.

Los datos son de la Dirección General de Inteligencia de Mercados y Observatorio del Ente de Turismo porteño (ENTUR), en base al volumen de circulación de turistas con celulares. Los internacionales son captados únicamente si tienen servicio de roaming, por lo que el número total podría ser mayor.

El punto más transitado del barrio fue la zona de Palermo Soho, con 1,5 millón de visitantes acumulados. Le siguen las inmediaciones de Puente Pacífico y las de Plaza Serrano en particular, con 1,3 millón de personas cada uno. Plaza Armenia recibió a un millón de turistas en el período analizado, mientras que el Parque Las Heras tuvo 980.000.

Por el entorno del Museo de Arte Decorativo pasaron 965.927 turistas, y por el de La Rural, 894.627. Aunque no esté en esta lista oficial, el Jardín Japonés es otro punto de Palermo donde profesionales y aficionados a la fotografía tienen para entretenerse, sobre todo durante la floración de sus cerezos, en julio.

 

Fuente: De los clásicos a los nuevos íconos: los cinco lugares más elegidos para sacarse fotos de Buenos Aires (clarin.com)

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