La estrategia en la elección del Presidente de la República Italiana
El procedimiento para la designación del Jefe de Estado, que se está desarrollando esta semana en el Parlamento, prevé una mayoría calificada de 2/3 de la asamblea, es decir 673 votos de los 1.009 grandes electores. Y si en los primeros tres escrutinios nadie resultara electo, a partir del cuarto voto será suficiente la mayoría absoluta, de 505 votos. Por lo tanto, las fuerzas políticas tienen que hacer acuerdos transversales sobre nombres que gocen de un apoyo amplio, en especial si se piensa que la elección de los dos tercios representa una excepción, porque desde la entrada en vigencia de la Constitución republicana, solo en dos oportunidades el Presidente fue elegido antes del cuarto voto solo.
La norma no escrita sugiere que haya un “kingmaker”, una persona que realice la dirección política de la votación. Por lo general, es el líder del mayor partido en el Parlamento, que en teoría parte con la mayor cantidad de votos. Este director de la orquesta política debe indicar un nombre cuyo consenso exceda el propio espacio parlamentario. Y para esto es esencial identificar a una persona que pueda representar la mayor parte del arco político, asegurando los votos de la mayoría absoluta.
El siguiente paso del kingmaker, que es igualmente importante, es tapar las propias cartas en los primeros tres procedimientos. Salvo por las excepciones mencionadas, el historial de elecciones del Presidente de la República muestra que el nombre que resulta electo no forma parte de los papables en los días previos al voto, sino que surge a último momento. Finalmente, el kingmaker debe prever otras dos cosas: por un lado, lo normal es que los nombres que no pasan en los primeros escrutinios queden luego fuera de la carrera. Por el otro, entre los grandes electores de su mismo partido puede haber francotiradores, o sea un pequeño grupo de parlamentarios que no votan con el resto del espacio.
En 2013, el entonces líder del Partido Democrático, Pier Luigi Bersani, anunció públicamente que proponía a Franco Marini para el Quirinal. En el primer escrutinio, Marini consiguió 520 votos, que no resultaron suficientes — aunque habrían alcanzado en la cuarta vuelta. La maniobra de Bersani produjo el efecto opuesto, “quemó” a Marini y produjo un desorden que obligó al presidente saliente, Giorgio Napolitano, a dar la disponibilidad y convertirse en el primer Presidente reelecto. Contrariamente, en la última elección el kingmaker fue Matteo Renzi (entonces líder del PD), quien con una estrategia prolija y exitosa propuso a Mattarella antes del cuarto escrutinio, y consiguió que el Parlamento lo designara con números holgados.
La elección de esta semana presenta algunas diferencias respecto a la de 2015. La primera es que el principal partido en el Parlamento es el Movimiento 5 Estrellas, un espacio que aparece cada vez más desarticulado. Su líder, Giuseppe Conte, no consigue evitar la dispersión de sus legisladores, entre los que no hay una dirección común. Por otro lado, si bien en el área de derecha hay significativas divisiones (dos de los tres partidos que lo componen están en el gobierno, pero el tercero no), esa coalición podría razonar en términos de unidad para ocupar el espacio central y proponer un nombre. Pero Matteo Salvini, líder de la Liga, no pareciera desarrollar una táctica verosímil. Algunos aseguran hubo un acuerdo entre Conte y Salvini para elegir al filo-ruso Franco Frattini como Presidente y volver a un gobierno de coalición entre la Liga y el M5S, con Conte premier y Salvini en el Ministerio del Interior. Otros afirman que los partidos no llegarán a un acuerdo y entonces designarán como Presidente a Mario Draghi, que actualmente no solo es el líder, sino que además es el valor agregado del gobierno. En efecto, el riesgo de quitar a Draghi de Palazzo Chigi impondría encontrar a un líder del ejecutivo que pueda mantener unidas a las mismas fuerzas políticas, a la vez que responder a los mercados, que podrían ver con cierta desconfianza la remoción del expresidente del Banco Central Europeo del ejecutivo.
En los primeros tres escrutinios, como ocurre normalmente, la mayoría de los votos fueron “scheda bianca”, es decir votos en blanco. Las negociaciones continúan en los pasillos del Palacio de Montecitorio durante el día y en las residencias de los líderes durante la noche. Esta elección pone a prueba la capacidad de estrategia de los líderes de los principales partidos del Parlamento italiano, y le da especial importancia a los grupos parlamentarios más chicos, que podrían jugar un rol decisivo.
Matteo Renzi, líder de Italia Viva –que cuenta con unos 40 grandes electores–, explicó: «Muchos razonan sobre un esquema en el que, a partir del cuarto voto, la coalición de derecha propone a Maria Elisabetta Alberti Casellati [Presidente del Senado] e intenta quedarse con algunos votos del M5S. Esto reconstruiría la mayoría del gobierno Conte I, apoyado por Liga y M5S. Si ocurriera esto, el área de centro-izquierda no votaría en blanco, sino que presentaría otra figura, una especie de contra blitz. Entonces tendríamos dos nombres en juego: uno, expresión de la exmayoría Liga-M5S. El otro, expresión del Conte II, o sea la mayoría PD-M5S. Nosotros decidiremos en base a esos nombres, pero por algún motivo nadie está discutiendo sobre esta hipótesis. Estoy haciendo un llamado: en este momento hay un riesgo de guerra en los confines de la UE, y el Presidente de la República es el Jefe de las Fuerzas Armadas. Pero además hay una crisis energética, seguimos en pandemia, comenzamos a tener inflación y debemos gastar bien los fondos extraordinarios europeos. Podemos cerrar la partida del Presidente de la República esta semana, votemos dos veces por día en lugar de una. Pero falta la dirección política. Basta de este espectáculo deprimente para los ciudadanos, volvamos a la política: Italia necesita un Presidente filo-atlántico y europeísta.»
Renzi, que perdió el referéndum de 2016 con el que buscaba dar estabilidad al gobierno italiano, reflexiona a largo plazo: «La derecha puede obtener un consenso amplio en dirección de un semi-presidencialismo o de un presidencialismo. Si son capaces, pueden ganan todo. Si no, habrá otro Presidente expresión de la izquierda. Nosotros proponemos no elegir al Jefe del Estado a los codazos, sino con el mayor consenso posible. Para nosotros está bien Mario Draghi, está bien Pierferdinando Casini y están bien otros. Pero ahora necesitamos una referencia política clara.»
El período del futuro Jefe del Estado cubrirá tres legislaturas. El próximo Presidente guiará el país en la última parte de la pandemia, pero también habrá un nuevo escenario institucional, con un Parlamento diferente a la luz de la reducción de legisladores, y un equilibrio político reformulado. El principal objetivo será continuar el camino de Sergio Mattarella, que deja una vara muy alta, y representar la unidad nacional ante los nuevos desafíos de Italia.
Nicolás Fuster