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julio 2018

América Latina, cuando acceder al aborto legal es casi imposible

A la dominicana Rosaura Almonte le diagnosticaron leucemia cuando estaba embarazada de siete semanas. Los médicos se negaron a tratarla porque los fármacos ponían en peligro la vida del feto. Murió a los 16 años. A los 19, Ida quedó encinta tras las violaciones constantes de un familiar. Las autoridades nicaragüenses le impidieron abortar, y la joven, con discapacidad intelectual, se vio forzada a dar a luz. Teodora cumplió casi 11 años de cárcel en un penal de El Salvador, condenada tras sufrir un aborto espontáneo en el baño de la escuela donde trabajaba. Y sus casos se repiten constantemente en América Latina, una región en la que se concentran los países con algunas de las legislaciones más severas del mundo en materia de derechos reproductivos.

Alrededor del 90% de las mujeres en edad reproductiva en América Latina y el Caribe vive en países con leyes de aborto restrictivas. En seis —El Salvador, Honduras, Haití, Nicaragua, República Dominicana y Surinám—, la interrupción voluntaria del embarazo está completamente prohibida. No se permite ni siquiera para salvar la vida de la mujer, como en el caso de Rosaura —conocida como ‘Esperancita’—. Otros ocho Estados lo permiten casi exclusivamente para salvar la vida de la mujer, y solo unos pocos ofrecen excepciones en casos de violación (Brasil, Panamá y Chile, por ejemplo) y anomalías fetales graves. Se cuentan por decenas las presas por abortar; por miles las obligadas a seguir con la gestación o las forzadas a recurrir a un aborto clandestino; y por cientos las muertas por la negativa de los sanitarios a interrumpir su embarazo, como denuncian las organizaciones de derechos humanos.

“Está claro que en la mayoría de países de Latinoamérica la vida de las mujeres tiene poco valor o ninguno”, lamenta Morena Herrera, histórica activista y miembro de la Agrupación por la Despenalización del Aborto en El Salvador. Para las organizaciones de derechos civiles, la despenalización aborto en tres casos en Chile (riesgo para la vida de la mujer, violación y anomalías fetales) el añopasado fue una gran esperanza, como lo ha sido Argentina, que este jueves ha dado un paso clave hacia la legalización de esta intervención sanitaria. Pasos que pueden ir transformando la realidad de un continente ultraconservador y con un problema descomunal de desigualdad de genero.

En El Salvador, las organizaciones de mujeres llevan años tratando de sacar adelante una ley que permita el aborto en casos de riesgo para la salud de la mujer, violación o anomalías fetales graves. Aún no han logrado que se debata, pese a las críticas, reclamos y recomendaciones de la ONU, que considera que legislaciones como la salvadoreña son un riesgo para la salud y la vida de las mujeres.

El  pequeño país centroamericano es para muchos uno de los ejemplos más extremos de lo que supone la prohibición total de esta prestación sanitaria. En este país hay al menos una veintena de mujeres presas condenadas por homicidio agravado por delitos relacionados con el aborto, aunque en la mayoría de los casos alegaron una pérdida involuntaria. Muchas, ni siquiera sabían que estaban encintas. Como Imelda, de 19 años y presa desde hace casi dos en una cárcel del Oriente del país. La joven, violada por su padrastro, desconocía que estaba embarazada hasta que se puso de parto en la letrina de su casa. La criatura vivió, pero los médicos que atendieron a Imelda la denunciaron. La joven pasó del hospital a la cárcel, acusada de intento de homicidio. Un equipo de abogadas ha recurrido el caso.

La prohibición de abortar, además, no ha hecho disminuir estas intervenciones. Sólo ha conducido a las mujeres a recurrir a métodos clandestinos e inseguros, como concluyen dos estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Instituto Guttmacher publicados en la revista especializada The Lancet en 2012 y 2017. Y son casi siempre las mujeres más pobres las que se ven afectadas por el veto. “Las ricas salen del país para abortar, las pobres recurren al aborto clandestino o se ven obligadas a seguir adelante con el embarazo”, denuncia la activista Cari Gaviria. Su país, Nicaragua, prohibió el aborto totalmente en 2006; una vuelta atrás que las organizaciones de derechos humanos consideran dramática.

La severa restricción del aborto supone un grave problema de salud pública. Al menos el 10% de las muertes maternas en América Latina y el Caribe se deben a abortos inseguros. Y anualmente, unas 760.000 mujeres en la región reciben tratamiento por complicaciones derivadas de intervenciones clandestinas, apunta un estudio publicado en el International Journal of Obstetrics & Gynaecology.

Internet y las redes sociales han facilitado el acceso al aborto farmacológico a muchas, aunque sea adquirido en el mercado negro. También al asesoramiento de organizaciones especializadas a través de la Red. Sin embargo, en las zonas rurales y las mujeres con menos recursos se ven empujadas a usar métodos peligrosísimos, como introducirse una sonda en la vagina, o ácido; o a ingerir medicamentos o preparados en casa fuera de cualquier control.

Coincide además, denuncia Herrera, que los países donde el aborto está restringido o totalmente prohibido, el acceso a los anticonceptivos modernos no es sencillo o incluso está limitado. Tanto, que alrededor de 24 millones de mujeres en edad reproductiva en América Latina y el Caribe tienen una necesidad insatisfecha de contracepción moderna —aquella no basada en métodos considerados naturales o tradicionales—, según cálculos de la ONU con datos de 2017.

Y la despenalización tampoco es garantía en algunos lugares. Como en Costa Rica, donde la ley técnicamente permite abortar por riesgo para la salud de la embarazada, pero en la práctica el acceso a la intervención es casi imposible en la sanidad pública, alerta la abogada experta en Derechos Humanos Larissa Arroyo Navarrete. “Las mujeres se ven impedidas de acceder a la interrupción terapéutica del embarazo debido a los prejuicios del personal de salud, a la deficiente formación profesional técnica, médica y jurídica, y a la cultura institucional de los servicios de salud”, reclama Arroyo Navarrete.

Es lo que les ocurrió a Ana y Aurora, a quienes se impidió abortar pese a estar embarazadas de fetos con anomalías incompatibles con la vida y alegar riesgo para su salud física y mental. Ambas han denunciado a Costa Rica ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos y aguardan sentencia o un acuerdo.

Esa institución ya ha condenado a otros países por situaciones similares. Como a Perú, que no solo obligó a una joven de 17 años encinta a seguir con el embarazo de un feto anencefálico (sin cerebro) sino que también la forzó a lactar los cuatro días que permaneció con vida tras el parto. La chica, conocida como K. L. aún hoy arrastra las consecuencias de lo que vivió. Lo considera una tortura.

María R. Sahuquillo (publicado en El País el 15.06.2018)

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Dos de cada tres jóvenes de América Latina no asumen que “no es no”

Está en las letras del cantante colombiano Maluma y en las conversaciones de pandilla. “Estoy enamorado de cuatro babys/ Siempre me dan lo que quiero/ Chingan cuando yo les digo/ Ninguna me pone pero”, reza el estribillo de su tema Cuatro babys. Es el imaginario que cosifica a las mujeres, las juzga por como visten o por lo que beben y normaliza la violencia contra ellas. Ideas que se transmiten desde la música, las redes o las amistades y calan entre los jóvenes de América Latina. Dos de cada tres no tienen claro que el no es no: las mujeres se hacen las difíciles, dicen no cuando quieren decir sí. La gran mayoría (86%) no intervendría si un amigo le pega a su novia, según una macroencuesta presentada este miércoles.

El trabajo, presentado este miércoles en Bogotá en unas jornadas sobre cómo contar las violencias machistas a las que ha sido invitado EL PAÍS, analiza cómo se comportan y qué piensan los jóvenes en una región con las tasas más alta de embarazos adolescentes (73,2 por mil) y donde fueron asesinadas 1.831 mujeresen 2016 por el mero hecho de serlo. Y pone el foco en la prevención “que empieza con el rechazo y cambio de mirada de ciertos imaginarios y normas sociales nocivas que reproducen y alimentan una violencia totalmente instalada” entre la juventud, explica Sobrino. Aquí algunos de esos imaginarios:

Me vigila el móvil porque me quiere

Para la gran mayoría de las chicas encuestadas no supone violencia que les vigilen los móviles y las redes sociales, con quién se relacionan o cómo visten. Seis de cada 10 menores de 20 años y cuatro de cada 10 chicas justifican que los celos son parte del amor. El informe no alude a España, pero trabajos previos muestran que las percepciones no son tan distintas. El barómetro de noviembre de 2017 de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) reflejaba que los jóvenes españoles tampoco consideran violencia de género cuestiones como vigilar el móvil o los celos. Uno de cada cuatro veía además la violencia como una conducta “normal” dentro de la pareja.

Si  bebe la culpa es de ella

Dos de cada tres jóvenes de 15 a 19 años justifican la violencia sexual por el consumo de alcohol de los hombres, el 72% culpa a las mujeres por la ropa que usan. La mitad de los españoles también considera que el alcohol es el causante de las violaciones, según un estudio sobre percepción de violencia sexual lanzada por el Gobierno en junio que no aludía a franjas de edad.

Que lo arregle el Estado

La gran mayoría cree que la violencia contra las mujeres es producto de las desigualdades y lo reseña como un problema grave. La responsable del informe destaca este hecho como un dato positivo: “Demuestra que ha existido un trabajo de concienciación aunque muchos entiendan que no es asunto suyo”, destaca Sobrino. De hecho, dos de cada tres creen que reducir esa violencia corresponde exclusivamente al Estado.

El informe considera que hay distintos lugares desde los que se pueden combatir estos mensajes, desde las familias a las iglesias. Señala también la responsabilidad de los medios de comunicación y de los centros educativos aunque en los países analizados ocurre como en España: las materias y asignaturas escolares relacionadas con la igualdad o la educación sexual brillan por su ausencia.

Hay leyes pero faltan fondos y fallan los sistemas de información, con un precario registro de datos de los casos de violencia contra la mujer en todos los países de Latinoamérica y el Caribe. Las autoras del trabajo subrayan la falta de voluntad política y una repetición de patrones culturales que minimiza la violencia. Por ejemplo, los juzgados no dictan medidas de protección porque “consideran que las golpizas o cualquier hecho de violencia debe ser resuelto dentro del hogar”.

El mensaje de las redes

Las jóvenes y las redes pueden ser también parte de la solución. Mujeres como las que en España salieron en masa para reivindicar la importancia del consentimiento, las que coreaban “Solo sí es sí” en las manifestaciones y han acompañado durante todo el proceso judicial a la víctima de La Manada, la joven que fue abusada por cinco hombres en las fiestas de San Fermín de 2016.

Las redes sociales, el espacio donde más se encuentran y en el que más se informan los jóvenes, y donde se han gestado campañas globales contra el acoso, como el #Metoo estadounidense, o contra los feminicidios, como el #NiunaMenos de Argentina. Redes donde se propagan también voces de otros artistas y cantantes en las antípodas de las letras de Maluma. Sirva el ejemplo de la rapera mexicana Mare Advertencia Lirikade: “¡Ya deja de tragarte la basura sexista!/ ¡Ya deja de pensar que mejor es quien mejor vista!/ ¡Ya deja las revistas! Lo que tu vida controla/ porque naciste libre y te hiciste esclava de la moda”.

Pilar Alvarez (publicado en El País el 25.07.2018)

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