“Un éxodo del que no se está tomando dimensión”, resume el diputado Franco Tirelli (representante de los italianos en el exterior) la ola migratoria de argentinos a la tierra de sus ancestros, un fenómeno en expansión que tiene como principal sujeto social a miles de jóvenes de entre 20 y 30 años. Son tantas las solicitudes de ciudadanía ante el Consulado General de Italia en Rosario, y las consiguientes demoras, que muchos optan directamente por cruzar el océano para llevar adelante la gestión: ingresan como turistas, fijan residencia y en pocos meses obtienen la nacionalidad. Aunque no permanezcan en el país (centenares siguen hacia España), ya han logrado la entrada a la comunidad europea.
“En este momento hay 55 mil ítalo-argentinos en Rosario y 166 mil en la circunscripción”, estima Tirelli en referencia al distrito consular que abarca siete provincias (norte de Buenos Aires, Santa Fe, Chaco, Corrientes, Entre Ríos, Formosa y Misiones). Se calcula que en este territorio siete millones de personas tienen derecho a pedir la ciudadanía italiana y, según cuenta el diputado en diálogo desde Roma, a partir de 2020 son cada vez más quienes lo hacen.
Algunos recurren al consulado local y se disponen a esperar; quienes logran reunir los fondos necesarios para el pasaje de ida y los primeros tiempos de estadía en la península, se suben al avión con la documentación bajo el brazo y la brújula orientada especialmente al sur, ya que no es obligatorio fijar la residencia en el lugar exacto de origen de los ancestros. Y en las oficinas gubernamentales de las comunas de Calabria y de Sicilia, el sueño de convertirse en ciudadano europeo resulta más fácil de alcanzar.
El éxodo puede dimensionarse en un dato que aporta el legislador del Movimiento Asociativo Italiano en el Exterior (Maie): “Como último paso para otorgar la ciudadanía, las comunas verifican que los antepasados de los solicitantes no hayan renunciado a su nacionalidad al instalarse en la Argentina. Es tal la oleada migratoria, que hasta hace tres años al consulado de Rosario llegaban 200 de esos mails por año; hoy son 500 al mes”, dice Tirelli. Entre esos correos electrónicos figuraban los nombres de dos jóvenes que hoy residen con sus parejas en Europa: lo hacen legalmente gracias a que algún ascendiente (no importa cuán lejano, mientras se pueda probar que nació en Italia) tomó un barco en dirección inversa, hacia estas pampas.
Marina Balbi desde Lombardía y Lucía Fernández Tell desde Palma de Mallorca (España) compartieron con La Capital el testimonio de su nueva identidad, la de inmigrantes en el Viejo Mundo.
De la pampa gringa a los Apeninos
Marina, de 29 años, y su novio Marcelo, de 31, son egresados de las carreras de Trabajo Social e Ingeniería Civil de la UNR. Aquí tenían empleos relacionados con sus disciplinas pero decidieron probar suerte en Italia. Ahora viven en Brescia, donde él consiguió un puesto estable como ingeniero en una firma de paneles solares y ella aguarda que el Ministerio de Justicia italiano valide su título de grado. Mientras, trabaja como acompañante en una escuela primaria.
“Cuando empezamos a pensar en venirnos, mi pareja ya tenía la doble ciudadanía pero yo estaba en cero. Nunca había investigado mi árbol genealógico”, cuenta la joven oriunda de la localidad Montes de Oca, en el departamento Belgrano. “Lo llamé a mi abuelo y me dijo que un bisabuelo suyo había nacido en 1843 en Génova. No tenía ningún papel y en el consulado de Rosario estaban cerrados los turnos para reconstrucción, tampoco se sabía cuándo los iban a abrir”, recuerda con una voz donde comienza a advertirse el acento del país al que llegó en abril de 2022.
Antes de ese arribo, rastreó la documentación exigida para la famosa carpeta que los inmigrantes deben presentar en la ventanilla del Estado italiano. “Armé la línea de sangre completa, ni siquiera contaba con el acta de nacimiento de mi papá. Fui consiguiendo todo. Tuve que recolectar información y actas en iglesias, de cuando no existía el Registro Civil en la Argentina”, explica. En el hemisferio norte recibió la ciudadanía, aunque con imprevistos.
“En el primer intento en Roma me rechazaron los papeles y nos fuimos a un pueblo muy chiquitito llamado Piticchio, una fracción de la comuna de Arcevia”, dice Marina sobre el lugar que eligieron porque Marcelo tenía parientes que los alojaron y les permitieron fijar domicilio cuando ya quedaba poco margen para ello (quienes ingresan como turistas cuentan con un plazo de 45 días). Hasta completar el trámite vivió en una casa “dentro de un castillo medieval”. Habían pasado sólo cuatro meses.
Tras desempeñarse como operarios en una fábrica de colchones él y en una de zapatillas ella, se mudaron de la región de Le Marche a Lombardía. “Ya estamos bastante acomodados y nos sostenemos entre varias parejas rosarinas, formadas por compañeros de la Facultad de mi novio que trabajan todos en la misma empresa”, detalla y admite que extraña a su familia y amigos. Por ahora, sin embargo, la decisión es permanecer del otro lado del Atlántico, “apostar a una vida nueva”.
Del Paraná al Mediterráneo
El plan de Lucía, comunicadora social de 27 años, y de su novio Facundo, de 28, era emigrar a Europa, conseguir la ciudadanía y viajar “legalmente” por el continente hasta decidir qué lugar les gustaba más para instalarse. Como para muchos jóvenes rosarinos, la puerta de ingreso fue Italia, más precisamente el pueblo siciliano Punta Secca, conocido porque allí se filmó la serie “El comisario Montalbano”. El proyecto nómade de la pareja no se cumplió porque tras obtener la nacionalidad italiana se radicaron en Palma de Mallorca, en las Islas Baleares.
Se habían ido de Rosario, donde ambos tenían trabajo, en octubre de 2021. Los esperaba una pequeñísima aldea de 200 habitantes al lado del Mediterráneo, donde habían averiguado a través de redes sociales que “el costo de vida era más barato y en general era más fácil todo”. Sin saber una palabra del idioma ni conocer a ningún vecino, se quedaron allí siete meses y en el verano boreal de 2022 recalaron en Palma, de donde ya no salieron. Lucía, que al principio tuvo empleos esporádicos como moza en bares, en la actualidad trabaja como freelance en su propia agencia de marketing y comunicación.
“Tomar la decisión de irnos fue fácil porque los dos teníamos ciertos ahorros y los papeles necesarios para sacar la ciudadanía. Lo complicado es llegar a una cultura diferente, sin familia ni amigos. En el pueblo éramos nosotros y veinte argentinos que también estaban esperando que les saliera el trámite, todos más o menos de la misma edad, entre 20 y 40 años”, recuerda su estancia en la comuna donde el vecindario estaba formado por adultos mayores y pocos jóvenes. De los argentinos con los que convivieron esos meses no quedó ninguno en Punta Secca.
“Cuando nos dieron la ciudadanía fue emocionante, sentí que cerraba una etapa y al mismo tiempo se abría un mundo de posibilidades. Te preguntás: ¿Ahora qué hacemos? Te respondés: podemos hacer de nuestra vida lo que queremos”, resume aquellas sensaciones. No había tenido en cambio la necesidad de ir a conocer el terruño de su tatarabuelo, en Treviso. “Son muchas generaciones para atrás”, reflexiona Lucía, aunque admite que el sentimiento colectivo de los argentinos con los que se cruzó en Europa es el de estar retornando.
“Acá las cosas son más previsibles, que no haya inflación es tranquilizador. Podés ahorrar”, continúa, aunque no descarta regresar a la Argentina. “Vinimos para ampliar horizontes, y todo lo que pasa en Rosario no nos convoca mucho a volver”, concluye y admite que extraña de la ciudad “la cercanía, los vínculos, encontrarte con gente para tomar mate”.
Ese trago amargo cuyo sabor, donde quiera se esté, permanece en la boca.
Alicia Salinas (publicado por La Capital el 17/09/2023)
Fuente: Crece el éxodo de rosarinos a Italia, nueva puerta de ingreso a Europa (lacapital.com.ar)