Estamos en una noche de mediados de 1882. La Boca arde en reclamos genoveses, con pocos criollos presentes que mucho no entienden, ante la colmada Sociedad Italiana. Los obreros del puerto piden mejoras salariales y reducción de jornales. Discuten un petitorio a presentar de inmediato a los patrones de los astilleros y la marina mercante. En los alrededores, sobre la avenida almirante Brown, cerca del Teatro Verdi, las familias siguen boca a boca las novedades. Hasta que en un momento ocurre un disparo, enseguida la intervención policial, corridas entre las casillas de chapa, y el saldo de heridos de ambas partes. Entonces, los italianos reunidos furiosos deciden que “el gobierno argentino no puede mezclarse en cuestiones de genoveses”. Simple. Izan la bandera genovesa y envían un acta, con las rubricas de los vecinos más influyentes, al Rey de Italia, a fin de que reconozca la autonomía de un pequeño y lejano terruño latinoamericano. Incluso piensan en tener una milicia y un organismo ejecutivo. Sueñan con un presidente genovés en el Riachuelo.
Hacía solamente dos años que Buenos Aires se había federalizado con los límites cercanos a la actualidad y unos díscolos inmigrantes querían segregarse. Entonces, un Zorro, el presidente Julio Argentino Roca, metió la cola y, con ayuda del famoso político boquense del siglo XIX, Pepe Fernández, terminó discutiendo mano a mano con los huelguistas/separatistas. Y bajó él mismo el pabellón zeneizi, cuentan algunos. A todo esto había nacido para la posteridad la Primera República Independiente de La Boca.
Tan lejos y tan cerca de Buenos Aires
Entender esta insólita situación, de un primer mandatario zanjando una disputa de trabajo en un barrio porteño, nos grafica la relevancia social y económica de La Boca a fines del siglo XIX. Asimismo, era una barriada que tenía rasgos característicos distintos al resto de la Ciudad. A las sabidas dificultades en el traslado desde otros puntos, que no mejoraron pese a que a partir de 1860 llegan el tren y el tranvía, lo que en verdad pasaba para diferenciarlos era la estrecha comunidad y solidaridad tejida entre trabajadores, la mayoría llegados después de 1850 de la italiana región de Liguria.
Los primeros vascos, y algunos irlandeses, empezaron más pudientes a desplazarse a tierras más altas, Barracas y San Telmo, al resguardo de los desbordes del río. Y, si bien la mayoría de los italianos era de baja calificación, la gran mayoría traía una conciencia obrera consolidada de la Europa revolucionaria de 1848; y sumemos que además muchos maestros llegaron en esas primeras oleadas. Aquello explica que, en menos de diez años, se funden las seminales Sociedad Unione e Benevolenza (1858) y la Sociedad Nazionale Italiana (1861) e impulsen las primeras escuelas en italiano en 1866. En simultáneo se produce una explosión de medios gráficos, que alternan el castellano con la lengua del Dante, donde se destacan Il Corriere della Boca y El Ancla. Y los temas tratados de los periódicos boquenses eran exclusivamente los problemas sociales y políticos pensados para una comunidad italiana que crecía en un territorio acotado. Incluso Ignacio Weiss en La República della Bocca e i primi genovesi establece a 1876 como el año de fundación de la República de La Boca, junto al reclamo de la autonomía administrativa –y política, sobre todo– de La Boca. Así que, para cuando intervino el general Roca, la república de los genoveses en América en verdad tenía seis años de vida, inspirada en la participación civil en la “cosa pública”, enemiga de las tiranías.
Aquella luchas boquenses moldearan en el cambio de siglo a los socialistas y radicales, que absorben mucho de los ideales de libertad y justicia social de la generación que fundó la república boquense. Incluso aprenden a su lado en los años de la pelea contra la represiva Ley de Residencia de 1902, y son compañeros de ruta de la barra de “contreras al presidente Quintana” que mantiene la institución funcionando. Entre los reclamos del novecientos se encuentran un visionario plan de elevar el nivel de las calles y mejoras en el sistema pluvial, que demoraron más de un siglo, apoyo al feminismo y medidas que dan un tono humorístico fundamental para la segunda República. Impuesto a los solteros, expulsión a los extranjeros procedentes de Constitución o Barracas, y la ley del Canuto, desde donde salían los decretos presidenciales (sic), son algunas medidas hilarantes que las autoridades de la Segunda República con la cabeza de Quinquela no dejaron pasar.
El tornillo que nos hace falta
Para 1923 Benito Quinquela Martín era uno de los artistas más famosos de la Argentina, a punto de consagrarse en Europa. Decidido a llevar a las últimas consecuencias el tópico “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, el artista se afinca en el barrio no solo para pintarlo, sino para transformarlo. Y para eso necesitó ser “presidente dictador” de la Segunda República de La Boca. Rodeado de artistas como Juan de Dios Filiberto y el poeta Bartolomé Botto, más notables vecinos xeneizes, instituye acciones barriales que privilegian las expresiones artísticas callejeras. Toda La Boca fluye hacia la Casa de los Artistas en la pizzería Banchero y ungen a Juan Banchero como Emperador de la Fugazza. O sea que la República ahora tenía un presidente y un emperador. También Quinquela organiza la Orden del Tornillo, que premia a “hombres y mujeres que viven en estado de locura. Ellos saben de esta opinión y la aceptan con humor. Son los locos que se evaden de los cuerdos, de los egoístas, de los calculadores” con una cena con pastas y vino, en manteles de plástico. Entre los distinguidos “cultores de la Verdad, el Bien y la Belleza” estuvieron Tita Merello y René Favaloro, entre muchos más.
Con el tiempo la Segunda quedó en la niebla de la Historia, además también olvidada la Orden, fallecido en 1977 su ideólogo y mecenas Quinquela. Hasta que, con el retorno de la democracia, comienza una nueva etapa con la Tercera República de La Boca, que tiene la misión primordial de mantener y acrecentar la memoria barrial y sostener el Museo Histórico de La Boca que funciona en el Nuevo Banco Italiano, una joya del eclecticismo finisecular. También vuelven las Órdenes del Tornillo en el Museo Quinquela, la tanguera Nelly Omar, una de las últimas notables “atornilladas”, y nuevos lauros como el Ciudadano Ilustre de La Boca, que en 2018 lo obtuvo el folklorista Raúl Barboza. Un linaje de arte, rebeldía y autonomía que es parte del ADN boquense y que tiene su inmejorable síntesis en el escudo que legara Roberto Pallas: un barco de velas hinchadas, un grupo de herramientas obreras, una paleta con un pincel dispuesto y un puente que anuncia nuevos horizontes.
Mariano Oropeza
Fuente: Un barrio que es una República: La Boca (serargentino.com)