Un expediente policial delgado. La carátula dice Desaparición con propósito de suicidio. En una de sus pocas páginas una anotación manuscrita. Subrayada dos veces. “Quiero que lo encuentren”. Podía haber sido la expresión de deseos de un familiar desesperado. Pero no. Al leerla, el comisario que llevaba el caso –que hasta ese momento pensaba que su mayor problema era el de lidiar con la ansiedad de la familia del desaparecido hasta que se le fueran apagando las esperanzas- comprendió que lo que él tenía entre manos no era un caso más. Después de leer esa frase de cuatro palabras, lo recorrió un escalofrío por todo el cuerpo: la letra la podía identificar cualquier italiano de la época. El Duce Benito Mussolini en persona, de puño y letra, dejó su orden (nadie lo hubiera interpretado como un deseo) en el expediente de Ettore Majorana.
Ettore Majorana era un físico italiano que al momento de su desaparición, en 1938, tenía 32 años. Muchos sostienen que la física hubiera sido otra si se hubiera mantenido en actividad al menos 10 años más. Sin embargo en vida sólo publicó seis o siete trabajos muy breves.
Enrico Fermi, premio Nobel de física 1938 y de quien Majorana había sido discípulo, dijo: “Hay varias clases de científicos. Están los de segundo y tercer orden, que hacen correctamente su trabajo. Están los de primer orden, que hacen descubrimientos que abonan el progreso de la ciencia. Y luego están los genios como Galileo o Newton. Pues bien, Ettore Majorana era uno de ellos”.
En el colegio había deslumbrado con su precocidad. Luego, ingresó a la facultad de ingeniería. Al poco tiempo pidió su traspaso a la de física. Ingresó en el más exclusivo grupo de físicos de Europa, los Ragazzi di Vía Panisperna, dirigidos por Enrico Fermi.
Leonardo Sciascia, en su libro La desaparición de Majorana que en estos días reedita Tusquets, escribió que Majorana llevaba la ciencia dentro, que era una condición natural para él. Para los otros, sus colegas, un acto de voluntad. “Para Majorana la ciencia era un secreto interior, que ocupaba el centro de su ser; un secreto del que no podía escapar sin escapar a la vez de la vida, sin que la vida escapara”.
Sus métodos de trabajo no eran convencionales. Cuando era pequeño, y sus padres descubrieron su don, se escondía debajo de la mesa para pensar con claridad, desde allí daba siempre la respuesta correcta. De grande anotaba, a toda velocidad, con letra ilegible y a lápiz, sus fórmulas en marquillas de cigarrillo. Luego de exponerlas verbalmente ante otros físicos de su equipo -y fumado el último cigarrillo- hacía un bollo con el envoltorio y lo tiraba a la basura. Se negaba sistemáticamente a publicar sus descubrimientos.
Cierta vez mientras le comentaba a sus compañeros de Via Panisperma una de estas fórmulas, éstos descubrieron que Majorana había formulado, como en un comentario al paso, la teoría de los protones y neutrones. Le pidieron que la hiciera pública. Ettore se negó.
El físico alemán Werner Karl Heisenberg recién la formularía y daría a conocer al mundo dos años después. Majorana al enterarse no demostró resentimiento ni envidia alguna. Al contrario, solicitó una beca para ir a estudiar a Leipzig con Heisenberg. La consiguió de inmediato. Allí se hizo gran amigo del físico alemán. Tal vez fuera porque como dice Sciascia: “Heisenberg vivía el problema de la física y su papel como físico dentro de un vasto y dramático contexto de pensamiento. Era un filósofo”.
Durante el tiempo que pasó estudiando en Alemania compartió largas charlas y caminatas con Heisenberg. El alemán a inicios de la Segunda Guerra Mundial alertó a los físicos del mundo de los peligros de la carrera nuclear. Vivía aterrado de esa posibilidad y no desarrolló la bomba atómica para Adolf Hitler. Sus colegas de Estados Unidos e Inglaterra no escucharon sus ruegos.
Unos meses después de la desaparición de Majorana, Enrico Fermi obtuvo el premio Nobel de Física. No volvió a Italia (no fueron estos los motivos, pero de haber vuelto hubiera estado en problemas por haber estrechado la mano del rey de Suecia al recibir el Nobel: los italianos esperaban que levantara el brazo derecho enérgicamente haciendo el saludo romano). Se instaló en Estados Unidos y participó en el Proyecto Manhattan, el proyecto que desarrolló la bomba atómica que devastó a Hiroshima y Nagasaki.
Al volver de Alemania, Ettore Majorana se mantuvo alejado del mundo de la física durante tres años. Cuando Fermi anunció que dejaba su puesto se presentó, sorpresivamente, a concursar por el cargo. Eso trajo un grave problema administrativo. Todos lo pensaban retirado. Al presentarse, Majorana debía ganar el cargo. Tal era su superioridad. Las autoridades decidieron suspender el concurso y le dieron una cátedra universitaria en Nápoles en reconocimiento a sus méritos científicos.
Duró apenas tres meses en la Universidad. Sacó un pasaje en barco de Nápoles a Palermo. Envió dos cartas de despedida. Una a Carelli, un colega. Otra a su familia. Y desapareció. Para siempre. Sin dejar rastro.
La carta dirigida a su familia: “Sólo les pido una cosa: no vistan de negro, y, si es por seguir la costumbre, póngase alguna señal de luto, pero no más de tres días. Luego, si pueden, recuérdenme con el corazón y perdónenme”.
La carta a Carelli decía: “He tomado una decisión a estas alturas inaplazable. No es por egoísmo, aunque soy consciente de los trastornos que mi repentina desaparición les causará a ti y a los alumnos. Te pido perdón, por eso y sobre todo por traicionar la confianza, la sincera amistad que me has demostrado estos meses. Dales por favor recuerdos a quienes he podido conocer y estimar en tu instituto, en especial a Sciuti; siempre los recordaré con cariño, al menos hasta las once de esta noche, y es posible que después también”.
Carelli recibió la carta junto a un telegrama, despachado por Majorana pocas horas después donde le decía que olvidara lo que en ella había escrito. Al día siguiente recibió otra carta de Ettore: “Querido Carelli: Espero que te llegaran a la vez el telegrama y la carta. El mar me rechaza y vuelvo mañana al Hotel Bologna, quizás en el mismo barco que esta carta. Pero voy a renunciar a la docencia. No creas que soy como una de esas jovencitas ibsenianas, porque es distinto. Seguiremos en contacto”. La carta es del 26 de marzo de 1938, con membrete del Grand Hotel Sole de Palermo. Esa misma tarde tomó el barco hacia Nápoles. Nunca más se supo de él. Al menos oficialmente.
Jamás se había preocupado demasiado por el dinero. Hasta el día en que desapareció. Ese día retiró del banco los sueldos de los últimos cuatro meses, de los que no había tocado un peso. Además, le pidió a uno de sus hermanos que le enviara el dinero que tenía ahorrado. También llevó con él su pasaporte. Demasiadas previsiones para un suicida.
La madre de Majorana nunca creyó que su hijo se hubiera suicidado. En su testamento le dejó al hijo la parte de la herencia que le correspondía “para cuando vuelva”. Le escribió una carta a Musssolini para que se ocupara de la búsqueda de su hijo: “Fue siempre una persona juiciosa y equilibrada y por eso el drama de su alma y de sus nervios parece un misterio. Pero una cosa es cierta, y así lo dirán todos sus amigos, su familia y yo misma, que soy su madre: nunca dio muestras de trastorno psíquico o moral como para que podamos pensar que se suicidó; al contrario, lo tranquilo y riguroso de su vida y sus estudios no permite, incluso lo prohíbe, creer que fuera otra cosa que una víctima de la ciencia”.
Sus cartas de despedida –la dirigida a su familia y la de Carelli- tienen letra firme y decidida, la letra habitual de Ettore. No hay rasgos temblorosos como en todas las notas suicidas. Acaso en las mismas cartas existan algunas claves más en su redacción.
En abril de ese año, la foto de Ettore Majorana apareció en los diarios. En la sección personas buscadas. Muchos llamaron para dar datos. Aseguraban que habían visto al hombre de la foto varios días después de su desaparición.
Enrico Fermi, en cambio, ya había perdido las esperanzas de volver a ver a Ettore. Cuando la policía lo consultó sobre el posible destino de Majorana, su respuesta fue contundente: “Con lo inteligente que era, tanto si hubiera decidido desaparecer como hacer desaparecer su cadáver, lo habría logrado sin ninguna duda”.
¿Qué pasó con Majorana? ¿Qué es lo que hizo? Nadie lo sabe con certeza. Su cuerpo no apareció jamás. Sus biógrafos debaten con ardor y sostienen distintas hipótesis. Algunos afirman que se suicidó en el barco en que retornaba a Nápoles.
Otros que se refugió en Argentina. Siempre en estos relatos de desaparición hay una pista argentina. Algunas personas testimoniaron haberlo visto en el país austral durante las décadas del 50 y 60.
Una versión distinta lo sindica como L’umo cane, el hombre-perro, un vagabundo de las calles de Mazara del Vallo, un pueblito siciliano, hasta que apareció muerto por causas naturales el 9 de julio de 1973. L’OmuCani ayudaba a los jóvenes del pueblo con sus tareas de física y matemáticas y caminaba apoyado en un bastón, que en el puño llevaba tallado 5-agosto-906. La fecha en que había nacido Ettore Majorana: 5 de agosto de 1906.
La sospecha de que fue secuestrado y asesinado por los intereses cruzados en la carrera del armamento atómico también fue esgrimida por sus biógrafos.
Pero sin dudas, es la hipótesis sostenida por Leonardo Sciascia la más convincente. Sciascia visita, con un amigo periodista, un convento. Más de treinta años después de los hechos. Va tras un rastro difuso, una figura que se desvaneció en el aire. Le habían dicho que en ese convento había vivido, retirado, un gran científico. Pocos días antes de su visita alguien le hace llegar una revelación. Se comentaba, no era una certeza, que en ese mismo convento estaba asilado un miembro del Enola Gay, el avión que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima. A partir de allí, de ese dato revelador, todas las dudas de Sciascia se convirtieron en certezas. Una revelación. Una experiencia metafísica. Esos dos hechos, no confirmados -sin la autoridad del dato, con el dudoso prestigio del dato-, no podían carecer de significado. “¿Cómo no iban a estar estas dos circunstancias relacionadas -pregunta Leonardo Sciascia-, a reflejarse la una en la otra, a explicarse mutuamente, a valer como revelación?”.
Ya en el convento, mientras el prior los guiaba por sus laberintos con amabilidad y pocas respuestas, el escritor italiano no quiso ya preguntar nada, saber nada (más de lo que ya sabía). “Nos sentimos como llamados, obligados a guardar un secreto”, escribe Sciascia.
Pero todavía subsisten las preguntas sobre los motivos por los cuales un joven científico brillante como Majorana se esfumara.
Ettore Majorana, “el hombre que escapó a su destino” como lo llamó Juan Forn, tal vez vio el futuro. El negro futuro. Si seguía en actividad. Su capacidad, su don, lo hubiera llevado por un sendero maligno. Él, y la ciencia que llevaba en su interior, que era parte de su esencia, no podía no ver lo que los otros buscaban, pero todavía no descubrían.
Sus compañeros y su hermana sostienen que en los meses previos a su desaparición trabajaba febrilmente en algo “muy importante, pero que evitaba hablar de ello”.
Ettore Majorana, cuando se refirió al descubrimiento de Heisenberg, dijo que el alemán había dicho todo lo que se podía decir sobre el tema, quizás demasiado.
Ese demasiado, tal vez, se refiere no a un plano científico, sino moral. Tal vez, Majorana tomó conciencia de que si seguía en actividad no podía no construir la bomba atómica. Lo que es seguro, lo que no admite especulación, es que supo ver los alcances de la investigación de la física nuclear, de su poder destructor en manos de las potencias mundiales. Y supo también que llegado el momento los que decidían actuarían de la misma manera: Hitler, Mussolini, Hirohito o Harry Truman.
Y con ese conocimiento, con esa convicción, Ettore Majorana prefirió desvanecerse.
Eligió que se declarase su presunción de muerte.
Eligió no ser responsable de la certeza de la muerte (de los otros).
Matías Bauso (publicado por Infobae.com el 27/11/2019)
Recuperado de: www.infobae.com/historias/2019/11/27/la-misteriosa-desaparicion-de-un-genial-fisico-que-se-esfumo-para-no-construir-la-bomba-atomica/